Nergal
ordenó silencio a sus hombres, todos ellos abrazaban al Caos y ahora buscaban
el flanco del ejército enemigo para entregar más sangre a alguno de sus oscuros
dioses. A diferencia de otros líderes, Nergal conservaba mucha de la brillantez
de los genios humanos, por lo que no solo era más comedido a la hora de controlar
sus impulsos, sino que era particularmente frío y calculador tácticamente
hablando. Eso le había hecho escalar posiciones rápidamente dentro de la Legión
Negra, y ahora gozaba de la confianza de su Comandante, Lord Ramarga.
Quizá
fuese una confianza frágil, por cuanto no estaba libre de envidias y medradores
que aspiraban a ocupar su puesto, pero hasta la fecha había sabido defender
bien su valía y ganarse el respeto de sus subordinados.
Así
pues aminoraron el paso, en estado de total percepción, tratando de escuchar y
no ser escuchados mientras se deslizaban por la retaguardia del destacamento
"Aquila", de la 8ª Compañía de Cadia. Quizá en otras circunstancias
no fuese tan importante recordar a qué Compañía pertenecieran aquellos hombres
pero, en este caso, estaban encastrados en medio del Desfiladero de Actium y se
habían ganado una terrible reputación como unidad de choque, especialista en
resistir y mantener fortificaciones aun cuando todo pareciese perdido. Nergal
sabía de sobra que su Capitán, Titus Severus, era un icono entre la Guardia
Imperial, admirado y obedecido hasta el suicidio personal. Mientras él siguiera
vivo difícilmente lograrían eliminar a los cadianos.
Quizá por eso la Compañía Atrox de la Legión Negra había optado por una misión de comando, donde 8 hombres pueden ser más eficaces que 8.000, y dentro de lo imprevisto que puede suceder a cualquier misión lo demás tenía una perfecta lógica y cálculo: el experto y veterano Nergal asaltaría en silencio el lugar donde se guarecía Severus; cumplido esto, el resto de la Compañía Atrox atacaría masivamente la posición del destacamento Aquila que, faltos de moral, a buen seguro retrocedería o serían exterminados; y el resto de fuerzas de Marines del Caos avanzarían sin impedimento alguno a través del desfiladero para llegarse hasta el flanco del grueso del ejército de Cadia. Sin duda nadie imaginaría una acción envolvente tan arriesgada. La lógica también decía que, de cumplirse la misión, las fuerzas imperiales serían masacradas en este sector del planeta Tharados.
* *
* * *
Dentro
su hermandad, la de las Hermanas de Cidonia, Kamaru había conseguido logros
hasta la fecha no ganados por sus antecesoras. No solo había rechazado muchas
de las bendiciones de Omnissiah, conservando casi la mitad de sus órganos
humanos, sino que los implantes mecánicos a los que había sido sometida le
permitían conservar una sensual belleza. Quizá fuese éste uno de sus defectos,
puesto que a las asesinas del Mechanicum no les está dado la vanidad ni la
arrogancia, pero Kamaru compensaba este pequeño desliz mediante una estricta
disciplina de combate, y una eficacia del cien por cien. De hecho, en su
hermandad era apodada "Sentencia", pues jamás había errado una sola
misión, jamás se le había escapado un objetivo.
Las
Hermanas de Cidonia constituían una orden cuasi monástica, sometidas a una vida
severa y trabajosa, en la que solo cabe el entrenamiento continuo, no solo a
nivel físico y mental, sino también en cuanto a implantes y nuevas mejoras
técnicas. Las más destacadas en esas habilidades alcanzan entonces el rango de
asesinas o ejecutoras, especializadas mayormente en todo tipo de ciborgs,
vehículos, y criaturas en las que exista un chip, un motor, o un implante
mecánico por pequeño que sea. Se habían consagrado a Omnissiah, el Dios
Máquina, y servían como adláteres a los propios Magos del Mechanicum,
Y
sí, Kamaru conservaba su forma humana. De hecho, había rechazado cualquier
implante que le hiciese perder su apariencia primera, aun cuando en su interior
la mayor parte de sus venas fuesen canales de drenaje, sus tendones de titanio
trenzado, y sus músculos bioimplantes de carnotejido con estimulantes de
contracción. Desde fuera, lo que cualquier ojo humano podía apreciar era la
sinuosidad de sus formas, su belleza sensual y a la vez fría, inexpresiva. Su
apariencia femenina en extremo de ningún modo sugería que pudiera usarse como
instrumento de placer, ni tan siquiera de compañía. Efectivamente, Kamaru era
reservada en la intimidad. Hablaba tan solo cuando se le preguntaba y, de
poder, utilizaba el lenguaje multibinario para el cual no hacía falta articular
palabras ni sonidos. En su mundo interior solo había espacio para la meditación
y el entrenamiento sistemático, para la experimentación de nuevos programas y
códigos que mejoraran sus extraordinarias habilidades e implantes, y ese mundo
solo se abría al exterior cuando sus sensores captaban la orden de la Hermana
Priora para que se pusiera en marcha con una nueva misión, un nuevo destino.
Ahora
recibía una nueva tarea: la de ponerse a las órdenes del Inquisidor Lord
Khoubal Narkas y formar parte de su séquito. No iría sola, desde luego, pues
sus sofisticados sistemas necesitaban de las arcanas artes de un magos-logi y
un visioingeniero especialista en los sofisticados sistemas que convierten a
una Hermana de Cidonia en la más letal de las asesinas. Para Kamaru supuso
igualmente una doble prueba: de una parte la ampliación de sus sistemas de
combate para adaptarlos a nuevos retos, nuevos lugares, nuevos objetivos
tachados de ejecutables, y eso siempre suponía un aliciente que le
proporcionaba un enorme placer. Tal cosa incluso le permitía evocar esa sensación
de alegría que en su día sintió como humana plena, y que en gran medida había
rechazado olvidar por completo. La otra cara de la moneda suponía el hecho de
tener que tratar directamente con el Inquisidor. Éste se había negado a
utilizar intermediario alguno en la comunicación, de modo que todo consejo,
orden, o sugerencia, era directa, cara a cara, y Lord Narkas nunca daba por
cerrada una conversación hasta que Kamaru no confirmaba haber entendido al
completo su voluntad. Quizá para otros éste fuera un detalle pasajero, pero no
para Kamaru. El Inquisidor tan solo ponía el detalle del objetivo, pero jamás
insinuaba el cómo y de qué manera había de ejecutarse, permitiendo que cada
misión fuese igualmente una puesta a punto de cada uno de los nuevos programas
e implantes a la que había sido sometida al llegar a la Fortaleza-Monasterio de
la Inquisición en el Sistema Complutum.
* *
* * *
Los
nanoimplantes-grav en sus pies le permitían correr a increíble velocidad sin
tocar el suelo, sorteando todo tipo de obstáculos sin otro sonido que el del
viento en su cara. No necesitaba la luz del día para ver, de modo que para ella
la noche era un aliado, y las pesadas armaduras de los marines a los que
perseguía dejaban un intenso rastro de metacódigos en el aire, imposible no
distinguirlos desde varios cientos de kilómetros.
Kamaru
alzó su cabeza venteando la distancia, sintiendo el rastro químico de su
víctima como lo haría el mejor perro de presa. Más aun, sus sensores podían
percibir los pequeños campos electromagnéticos dejados por sus armas y
componentes biónicos, de tal modo que era capaz de determinar con precisión la
velocidad de marcha de su objetivo y su dirección. De ningún modo podían
escapar de ella.
* *
* * *
Nergal
reagrupó a su escuadra de ocho marines en torno a él. No usaba protección en la
cabeza, así que de viva voz dio órdenes concretas sobre ubicación,
coordinación, y ejecución. El grupo era sobrado para llevar a cabo una misión
tan simple, y todos gruñeron de aprobación pensando tanto en la carnicería que
estaba por llegar como en la promoción a la que tendrían acceso por llevar a
cabo una tarea de tal importancia para Lord Ramarga y la Legión Negra. Quien
sabe, quizá alguno de ellos incluso fuese llamado como nuevo paladín del
Capítulo. Finalmente asintieron y cada uno fue separándose de los demás para
secundar el ataque que encabezaría Nergal.
De
repente se dejó oir una brusca ráfaga de viento, como un estornudo velado. El
pectoral de uno de los marines quedó roto por un impacto. Pequeño. Preciso.
Letal. El marine se desplomó como un fardo pesado sin apenas poder articular un
quejido, ante la sorpresa de sus compañeros.
Las
bocas de los bólter herejes vomitaron una ráfaga de muerte y destrucción hacia
ninguna parte. Nergal sonrió ante la tormenta de astillas y polvo que se
levantó en el lugar desde donde habían sentido la ráfaga de viento, pero sus
párpados desorbitados le desfiguraron el rostro cuando vio a una sombra
disforme saltar sobre el fuego directo, girar, agacharse, esquivar, saltar de
nuevo... como un ser de otro mundo al que no podía detener ni su deseo más
vehemente ni sus fusiles. Una primera sensación de frustración le enervó,
pensando en todo y en nada.
La
sombra -en apariencia humana- irrumpió en medio de ellos moviéndose como un
oleaje furioso; sus manos bloqueaban cada golpe con una precisión molesta,
insultante. Nergal se sintió sobrecogido al intuir que estaba jugando con
ellos... y que ese enfrentamiento solo acabaría con un golpe de suerte. O
simplemente hasta que ella lo decidiera. Los marines se dispersaron ligeramente
para crear una distancia de seguridad, pero la sombra se agitó de nuevo como
descargando una suerte de golpes relampagueantes sobre el rostro de dos marines
veteranos. Sus cascos se partieron, frágiles, dejando ver carne y huesos
quebrados... reflejaban el dolor incluso bañados en sangre, la sangre de su
dios, pero por un instante a Nergal le embargó la duda de si los oscuros dioses
del Caos aceptarían este sacrificio tan inútil, una muerte tan ignominiosa.
¿Quién era esa criatura...? ¿Por qué no podían tocarla? ¿Por qué se adelantaba
a todos sus movimientos? Quiso dar una orden a sus hombres, pero la sombra le
arrojó algo desde lejos y lo enmudeció. Ni vio ni supo el qué, pero de repente
sintió que algo se atenazaba a su cuello y lo apretaba como si quisiera
seccionarlo, como un dogal que no cesara de apretar más y más, asfixiándolo por
momentos.
Kamaru volvió a extender un brazo, como si proyectara un arma invisible contra el que iba armado con un lanzallamas. Saltaron chispazos de entre las juntas de la servoarmadura marine, y la luz de sus visores se apagó igualmente. El marine tiró su arma al suelo mientras intentaba recuperar el equilibrio, e igualmente se quitó el casco en un intento por ver qué era lo que le estaba atacando; su rostro estaba quemado y devorado por algún tipo de reactivo que lo convertía en una masa informe... Su último suspiro se mezcló con un sollozo antes de caer definitivamente al suelo.
-¡Te
tenemos, te tenemos...! –repetían los marines creyendo su propia ilusión
mientras buscaban una línea de tiro, pero los movimientos eléctricos de la asesina
eran más rápidos que la vista. La voz de Nergal se reducía a un pobre gañido de
desesperación, incapaz siquiera de pedir auxilio. Uno de los marines se giró
para ayudarle a soltar el cable que se cerraba -como si de un ser vivo se
tratara- en torno al cuello de su Señor. El resto de la escuadra se lanzó sobre
Kamaru aunque no se trabaron con ella inmediatamente; ya prevenidos de sus
increíbles habilidades, la rodearon manteniendo una distancia de seguridad.
Kamaru
rompió la tensa quietud mientras golpeó a uno de ellos y desenvainaba una corta
espada con la otra mano. El renegado se volvió loco mientras el veneno consumía
su cuerpo y lo abrasaba. Otro incauto tensó su brazo para descargar un golpe
con su cuchillo, pero Kamaru se adelantó con una leve inclinación y lo esquivó;
él quiso continuar su ataque pero se extrañó de que le fuera imposible, y le
llevó unas décimas de segundo percatarse de que el resto del brazo yacía en el
suelo aun empuñando su arma. Durante este tiempo, la asesina giró sobre sí
misma dando a la vez un quiebro. El filo de su sable mordió la axila de otro
marine y continuó su viaje de abajo a arriba hasta salir por el hombro
contrario, seccionando el tronco en diagonal, fundiendo el plastiacero de la
armadura como un cuchillo caliente corta la mantequilla. El sable describió un
volatín sobre las cabezas de dos de ellos y volvió a descargar su furia
hendiendo el casco de uno hasta llegar a la base del cráneo. El otro había
tratado de esquivar el corte pero descuidó uno de los mecadendritos que servían
de cabellera a la mujer. Su extremo se asemejaba a la boca de un dragón y
escupió un proyectil que le atravesó el pecho con un sonido seco, como el de
una rama al quebrarse.
Nergal
consiguió liberarse del extraño artilugio que le estrangulaba; incluso
habiéndose liberado del cuello le llevó unos preciosos segundos desembarazarse
por completo de éste. Se incorporó maldiciendo en una lengua ininteligible, y
tardó poco en darse cuenta que había quedado apartado de la primera línea de
combate.
De
repente su enemigo se quedó quieto y Nergal no desaprovechó la oportunidad: le
asestó un golpe definitivo con su hacha, pero inexplicablemente la asesina la
interceptó con una mano, como si los chispazos de su poderosa energía no
pudieran herirla. Una carcajada hirió los oídos del paladín, sus ojos empezaron
a reflejar el pánico -¿Es que no puedes morir?... –Un relámpago mordió su pecho,
y su sangre empezó a manar a borbotones... -¿Por qué el campo de energía no
había funcionado? -Otro golpe hundió su nariz en el cráneo y aunque quiso
gritar no encontró suficiente aire para hacerlo. Nergal se resistía a morir, y
en un vano intento de atacarle se arrastró hacia su enemigo como una gigantesca
y extraña babosa, dejando un reguero de sangre.
Algo
tiró de su cabeza hacia atrás; la sombra acercó entonces su rostro oculto y una
mano casi cibernética desveló entonces el misterio. La voz parecía salir de su
mirada fría e inexpresiva, y por primera vez en su vida conoció el miedo.
-
¡Kamaru, tu muerte se llama Kamaru...! ¿Buscas sangre para tu dios?... –Nergal
se estremeció al recordar algunos viejos rumores sobre este nombre, siempre
envuelto en un halo de misterio y leyenda, el que corresponde a una asesina de
asesinos... hasta que sus pensamientos fueron rotos por un dolor profundo e
incontenible, y la noche nuevamente desgarrada por sus gritos; la mano de Kamaru
salió ensangrentada de entre sus vísceras. "No", pensó Nergal; ahora
no deseaba su sangre para sus oscuros dioses. Dolía. Mucho. Y cuando su vista
se nubló, en su último suspiro, se sintió cómodo por un instante.
El
marine del brazo amputado yacía en el suelo, aterrorizado e incrédulo. No le
quedaba ya ni el coraje de sostener la mirada. -Oh, no, tú has sido escogido, hijo
de la Legión Negra. -Le espetó Kamaru.-Voy a permitir que vivas para que puedas
contárselo a Lord Ramarga y sea él quien compense tus servicios. Dile a tu
Señor que la Legión Negra no pasará por este desfiladero, y que si vuelve a
intentarlo me encargaré de que fracase y todos sepan de su fracaso...
El
marine levantó la cabeza para asentir mientras una ráfaga de viento...
Pero
allí no había nadie.
me ha encantado :)
ResponderEliminar*Aplauso" Muy bueno!!
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