11 mayo 2012

What If? .....La herejía de Dorn

Podréis encontrar el texto original La Herejía de Dorn, un trasfondo alternativo inventado por varios jugadores. El texto traducido lo he encontrado en el foro de Wargamez que a su vez lo encontro publicado en Wikihammer. Nunca habia podido acceder al texto en español, eso se lo tenemos que agradecer a los chicos de Wikihammer, mil gracias. Ahi vá esta maravilla

Eiladanath estaba muriéndose; envenenada y devastada por la Guardia de la Muerte.
No debería haber sido así.
El Vidente había estado en su nacimiento, sembrando la bola de roca con vida. Había observado cómo el Mundo Doncella de Eiladanath maduraba a lo largo de milenios hasta convertirse en un verde paraíso, un lugar de paz y belleza sin parangón. Hasta, claro está, la llegada de la Guardia de la Muerte.
Había predicho la amenaza demasiado tarde para evitarla, y sólo un pequeño grupo de sus compañeros del Mundo Astronave Em’brathar lograron acudir antes de que los Portales de la Telaraña sucumbiesen. Así, atrapados en el planeta condenado, habían hecho lo poco que habían podido contra los Marines de Plaga, pero era una causa claramente perdida. Los animales yacían hinchados y con los ojos vidriosos, esperando el final; de los antaño grandes bosques sólo quedaban interminables extensiones de troncos cubiertos de cieno. Las únicas criaturas que florecían eran las mascotas preferidas de Nurgle, los gusanos y las moscas, pero ni siquiera eso duraría. Eiladanath volvía rápidamente a ser la roca sin vida que una vez había sido. Qué desperdicio sin sentido.
Con el horizonte oriental iluminándose del negro a un amoratado púrpura, el Exarca D’Larha les hizo señales para buscar refugio durante las horas diurnas en las cuervas cercanas. Antes incluso de que los guerreros declarasen el refugio seguro, el Vidente se había dejado caer agotado a la entrada de la cueva. Estaba cansado, desgastado por sus heridas, su edad y por el dolor de lo que había presenciado. En segundos, entró en un agitado y febril sueño.
Este destino estaba mal. No solo el de sus compañeros, o el de este mundo; toda la Galaxia había tomado una dirección errónea, con los Poderes Ruinosos corrompiendo todo lo que tocaban. Sus pensamientos retrocedieron, investigando lo que podría haber sido… No debería ser de esta manera… No hacía falta que fuera de esta manera… Si sólo pudiese cambiar las cosas, encontrar un camino diferente, mejor…
En vez de extender su conciencia para buscar los posibles futuros, se sintió a sí mismo siendo arrastrado hacia atrás, moviéndose hacia el pasado. Rastreó los hilos de la historia más y más atrás, sintiendo los universos alternativos fluyendo juntos, con la más pequeña elección causando una división, e innumerables corrientes uniéndose y fluyendo en el mar del tiempo. Desde su punto de vista exterior a la Historia, la Herejía de los mon-keigh era la principal confluencia: el lugar donde una sola decisión podría haber cambiado tan profundamente el curso de la Historia. Buscó un hilo en el que la Guardia de la Muerte y su calaña nunca se hubiesen convertido al Caos, un camino donde este destino erróneo, tanto en este planeta como en el resto de la galaxia, pudiese ser evitado.
Antes de que pudiera hallar su utopía, una oscura presencia lo arrojó de nuevo a la corriente temporal, obligándole a descender en una brutal y retorcida Historia alternativa…




Pre-Herejía – Las Semillas de la Destrucción

En los últimos años del 31º Milenio, la Gran Cruzada del Emperador para reunir a la Humanidad bajo su estandarte continuaba a buen ritmo. Vastos ejércitos expedicionarios, dirigidos por Sus hijos los Primarcas, avanzaban por toda la galaxia, llevando la iluminación y sumisión allí donde iban. El futuro parecía asegurado, y durante una poderosa celebración en Ullanor, el Emperador anunció que Él regresaría a Terra, y que Horus, Primarca de los Lobos Lunares, dirigiría la Gran Cruzada en su lugar. Algunos dicen que fue en este evento donde se plantaron las semillas del desafecto entre los Primarcas, al ser uno de ellos elevado tan públicamente. En realidad, la podredumbre había empezado mucho antes.

Tras la Declaración de Ullanor, aparecieron las primeras grietas. Las amargas discusiones sobre el uso de poderes psíquicos alcanzaron su clímax en Nikaea, con las Legiones fuertemente divididas sobre el asunto. El decreto final del Emperador, y las concesiones especiales que hizo a los Mil Hijos, enfurecieron a Russ y sus Lobos Espaciales. Vieron Nikaea como un gran error, y en secreto juraron salvar al Emperador de sí mismo.

En el salvaje mundo de Davin, el Señor de la Guerra Horus fue atacado por una misteriosa enfermedad que dejó estupefactos a los mejores Apotecarios de la Legión. Durante su recuperación, Horus asistió a una ceremonia de iniciación de una de las primitivas logias guerreras de Davin, tras la cual la condición del Señor de la Guerra empeoró de grave a crítica. Que un Primarca pudiese sucumbir ante algún patógeno natural debería haber dado una pista de que en lo que ocurría en los salones del Cuchillo de Hueso participaba lo sobrenatural. De hecho, fue un acto de posesión demoníaca por una poderosa entidad de la Disformidad, aunque en ese momento el concepto de lo demoníaco era contemplado como una descarriada superstición. Sólo con la ayuda del poder psíquico del Primarca ciego de los Mil Hijos, y el consejo espiritual del Capellán Erebus de los Portadores de la Palabra, pudo la entidad ser finalmente expulsada. Así, con el Señor de la Guerra habiendo finalmente escapado de su trampa, los Poderes Ruinosos centraron su atención en otra parte.

La ordalía reveló al Señor de la Guerra los verdaderos peligros del Caos, un poder tan grande que ni siquiera él y sus hermanos Primarcas eran inmunes a su toque corruptor. Horus estaba severamente debilitado por los sucesos de Davin, y en mala posición para tratar con lo que habría de suceder. Primero, Curze de los Amos de la Noche atacó a Rogal Dorn, antes de huir con su Legión. Pero aún, llegaron rumores desde el este galáctico de que Guilliman se había declarado independiente del Imperio, reclamando soberanía sobre una enorme región del espacio que él llamaba “Segmentum Ultramar”.

Incluso mientras las fuerzas imperiales se reunían para enfrentarse a los Ultramarines, llegaron terribles noticias desde Prospero: los Lobos Espaciales habían atacado el mundo natal de los Mil Hijos. Proclamaban que Magnus estaba implicado en horribles hechicerías, y buscaban destruirle antes de que pudiera traicionar al Emperador. Con el sueño de la Humanidad desgarrándose por las costuras, las Legiones entraron en la órbita superior de Istvaan V.

Traición en Istvaan

Guilliman y la mayor parte de su Legión de los Ultramarines fueron identificados en su más nueva conquista, el quinto planeta del Sistema Istvaan. Se decidió que este sería el lugar en que el Imperio aplastaría al Primarca rebelde y sus sueños de un dominio independiente

Con Horus aún recuperándose después de Davin, Rogal Dorn usó su posición de Pretoriano del Emperador para tomar el mando de las fuerzas que se congregaban en torno a Istvaan. Los Ultramarines eran de lejos la Legión más numerosa, en gran parte debido a las habilidades organizativas de Guilliman, y por tanto se reunió una fuerza apropiadamente inmensa en su contra. Dorn invocó el poder de casi la mitad de las Legiones del Emperador para la misión, aunque las ofertas de tropas de su antiguo rival, Perturabo de los Guerreros de Hierro, fueron marcadamente rechazadas.

Tal era el tamaño de la tarea de devolver el territorio secesionista a su lugar, que dos Legiones enteras fueron enviadas a lo profundo del Segmentum Ultramar. La Legión Alfa, que jamás se llevó bien con los Ultramarines, debía infiltrarse y subvertir a los mundos rebeldes, mientras los fanáticos religiosos de los Portadores de la Palabra usaban un enfoque más directo: llevar la luz del Emperador al mismo núcleo del poder de Guilliman en la Franja Este.

Los primeros en unirse a la flota de los Puños Imperiales en el exterior del Sistema Istvaan fueron la Guardia del Cuervo y los cada vez más cerrados y reservados Manos de Hierro. A estos les siguieron pronto los Salamandras, dirigidos por su quemado y amargado Primarca. Poco después llegaron los Hijos del Emperador, frescos tras eliminar la amenaza xenos del planeta Laer. Los sucesos de esa campaña habían afectado profundamente a Fulgrim, y a su llegada afirmó que su Legión había alcanzado el pináculo de la “Perfección del Emperador”. El entusiasmo con que abrazaron la oportunidad de demostrar su superioridad sobre los demás Astartes casi rozaba lo indecoroso.

Entonces, en precisa y bien ordenada formación, llegaron los Devoradores de Mundos de Angron. Ya hacía mucho que la salvaje mentalidad de gladiador de los primeros años de Angron había desaparecido: su primer encuentro con el Emperador en las lomas de Fedan Mhor había hecho que rechazara su anterior brutalidad como la impetuosidad de la juventud. La última fuerza en surgir de la Disformidad estaba formada por naves pertenecientes a los Ángeles Oscuros, cuya llegada fue una sorpresa para los que se habían reunido. El propio Lion El’Jonson había avisado de que no serían capaces de llegar a tiempo desde su campaña en las Estrellas Necrófago. Se explicó que el ejército había venido directamente desde su mundo natal de Caliban, y Luther, el segundo al mando de la Legión, fue bienvenido a la creciente flota.

En la víspera de la batalla, Dorn descendió a la superficie del planeta bajo bandera de tregua para hablar con Guilliman. A su regreso, informó con gravedad que no había solución pacífica posible, pero que había aprovechado la oportunidad de ver las defensas y había formulado un plan para abrirlas de par en par. Conociendo la experiencia táctica de Dorn en la guerra de asedio, nadie cuestionó la sabiduría de su plan. Los Puños Imperiales, los Ángeles Oscuros, los Salamandras y los Manos de Hierro descenderían al planeta primero. Su supuesta intención era formar un anillo de acero que se iría cerrando en torno a Guilliman, de forma que la Guardia del Cuervo, los Devoradores de Mundos y los Hijos del Emperador pudiesen lanzarse desde órbita y dar el golpe final.

Sin embargo, en lugar de los presionados y desmoralizados oponentes que Dorn había pronosticado, la segunda oleada encontró las zonas de desembarco convertidas en mataderos fuertemente fortificados, bien defendidos por los Ultramarines. Las tres Legiones sufrieron horrendas bajas mientras se abrían camino para reunirse con sus aliados, sólo para ver cómo sus supuestos hermanos abrían fuego sobre ellos en un acto de infame traición. En la mayor traición y el mayor desastre militar que jamás habían afrontado las Legiones Astartes, los Puños Imperiales, los Ángeles Oscuros, los Manos de Hierro y los Salamandras diezmaron a los supervivientes del desembarco. Sólo la oportuna intervención de la fragata Eisenstein, que había sido comandada por leales de entre las Legiones Traidoras, permitió que un pequeño porcentaje de las Legiones emboscadas pudiese abrirse camino hasta la órbita, y escapase.

Al haber escapado Horus de sus garras, los Poderes Ruinosos habían pasado a preparar a otro para el papel de Architraidor. Cierto es que habían sido capaces de corromper a otros Primarcas, pero Rogal Dorn fue elegido por su potencial para derribar al Imperio entero. Observaron y aumentaron sus sentimientos de envidia por no ser elegido Señor de la Guerra, y entonces ser retirado a Terra mientras sus hermanos se ganaban una reputación por toda la galaxia. Sintiendo rechazo por tales pensamientos, Dorn había buscado ahogar estas vergonzosas dudas sobre el buen juicio de su padre en la mortificación del Guantelete del Dolor. A medida que la presión aumentaba, pasaba más y más tiempo en el interior del aparato, hasta que al final le desencajó la mente, y fue reclamado por el Panteón del Caos. Él no debía lealtad a uno solo, sino a la gloria del Caos Absoluto.

La neutralidad del Segmentum Ultramar había sido comprada con la sangre de tres Legiones Leales, y como acordaron, los Traidores dejaron a Guilliman y a su territorio en paz. Los Poderes del Caos no habían necesitado corromper a Guilliman para separarle del Emperador: su orgullo y su necesidad de afianzar su posición fueron suficientes para asegurar su inactividad temporalmente. Los Puños Imperiales, los Salamandras y los Manos de Hierro se dirigieron hacia el Sistema Solar para atacar Terra, mientras Luther y sus Ángeles Oscuros iban a encontrarse con sus hermanos leales a Lion El’Jonson en Caliban. Lo que ocurrió en el mundo natal de los Ángeles Oscuros no está registrado en la historia imperial, salvo que acabó con la completa destrucción del planeta.

Los Lobos Espaciales que abandonaron las ruinas de Prospero y pusieron rumbo a Terra habían cambiado mucho. Aunque llegaron creyendo que defendían al Imperio, la ferocidad de su batalla contra los Mil Hijos los despojó de su amor por la justicia y la rectitud. Al final, la Legión de los Lobos Espaciales había sido bautizada en sangre, y ungida en el culto público a Khorne, el Dios de la Sangre.

Los sucesos de Istvaan habían revelado a un tercio de las Legiones Astartes como traidoras al Emperador, con cinco Legiones Leales atascadas en el otro lado de la Galaxia en un conflicto aparentemente interminable. Con las noticias volviéndose más y más graves cada día, las restantes Legiones Leales se apresuraron a volver a Terra, y a salvar al Emperador…

Terra, y a salvar al Emperador…

El Asedio de Terra


Con la Traición de Dorn en Istvaan revelada prematuramente, el Emperador y sus Custodes fueron capaces de encerrarse en el interior del complejo de la sala del trono del Palacio Imperial. La intención de Dorn había sido eliminar discretamente a las Legiones que no pudiese corromper, y entonces regresar al Palacio antes de que su traición fuese descubierta para enfrentarse con su padre. Dorn, sin embargo, tenía un plan preparado para esta eventualidad. Como Pretoriano del Emperador, una porción de su Legión estaba acuartelada en el Palacio Imperial, y cuando llegó el momento, los guardias se volvieron carceleros, atrapando al Emperador y a Sus Custodes en el interior del búnker blindado de la sala del trono.

El ataque de Dorn sobre Terra fue reforzado cuando, según su plan, la flota de los Ángeles Sangrientos surgió de la Disformidad. Lo que emergió de las naves de desembarco en el espaciopuerto del Muro de la Eternidad no eran los orgullosos hijos de Baal de armadura roja, sino criaturas demacradas y enfermas, que cayeron sobre los aterrorizados defensores para darse un festín con su sangre. La Legión había caído presa de alguna enfermedad que primero podría su sangre, obligándoles a tomar repuestos frescos de víctimas secuestradas, y que en el proceso destruía su cordura y lealtad al Emperador.

Un rayo de esperanza llegó para los defensores cuando aparecieron de la nada los volubles Amos de la Noche. No se había oído nada de la Legión desde que su Primarca, Konrad Curze, había atacado físicamente a Rogal Dorn y se había ocultado con sus seguidores. Una vez más, Amo de la Noche se enfrentó a Puño Imperial, pero esta vez la razón estaba clara. Como era propio de las tácticas del Acechante Nocturno, la batalla a través del Palacio Imperial fue rápida y brutal. Entonces, sin previo aviso, se retiraron para llevar la lucha a otra zona de Terra.

Este respiro duró poco, no obstante, pues en apenas unos días el Architraidor, Dorn, regresó de Istvaan con todas sus fuerzas, junto con los Salamandras. Los Manos de Hierro se desviaron para asegurar Marte para la rebelión, silenciando toda comunicación del Adeptus Mechanicus y sus Legiones Titánicas. Poco después, las flotas de los Hijos de Horus y los Guerreros de Hierro se abrieron camino a través del bloqueo para hacer un desembarco planetario, antes de rodear el Palacio Imperial en un contraasedio. Esto obligó a los Puños Imperiales a defender los muros exteriores del Palacio al mismo tiempo que intentaban penetrar en la fuertemente fortificada sala del trono. La combinación de la fría furia del Señor de la Guerra y la habilidad en el asedio de Perturabo enlentecieron el progreso de Dorn hacia el Emperador.

En esos sangrientos días la guerra estuvo en equilibrio, sin que ninguno de los dos bandos pudiera dar el golpe definitivo. Con los Manos de Hierro guardando silencio, siguiendo aparentemente sus propios planes en Marte, y los renegados Lobos Espaciales y Ángeles Oscuros atascados de improviso en la Disformidad a un paso de tortuga, Dorn se volvió cada vez hacia lo demoníaco para ganar la guerra. Mediante horribles hechicerías y pactos de sangre, Terra se convirtió en el patio de juegos de todo tipo de entidades del Empíreo. Para tratar de aplastar la resistencia, Dorn envió unidades de Puños Imperiales poseídos y de infecciosos Ángeles Sangrientos por todo el globo usando su Fortaleza Celestial, pero aun así el levantamiento popular crecía constantemente.

Los Leales, no obstante, tenían sus propios problemas. La Guardia de la Muerte estaba atrapada en el otro lado de la Galaxia, ya que habían sido atacados por incursores Eldar, que habían destrozado sus motores de Disformidad y matado a sus Navegantes. Se creía que los Cicatrices Blancas estaban perdidos en la Disformidad, pues no se había recibido ningún mensaje astropático suyo desde que fueron llamados por primera vez. En cualquier otro momento, la gran campana Cassius del Palacio habría sonado diez mil veces en señal de luto, pero en días tan ensangrentados, hasta una Legión perdida debería esperar a ser recordada adecuadamente.

Hacia el 55º día del Asedio, los Guerreros de Hierro habían penetrado hasta la Última Puerta. El propio Perturabo dirigió el asalto que esperaba fervientemente que le llevase a enfrentarse cara a cara con Rogal Dorn. Al reventar las puertas y quedar abiertas, se vio que no era Dorn quien las defendía, sino Sanguinius de los Ángeles Sangrientos. Tenía la piel picada y llena de pústulas, y sus antaño blancas alas ahora con calvas y manchada de pus necrótico. Mientras los dos hermanos luchaban, el resto del campo de batalla se fue quedando quieto. Todos los ojos se centraron en el épico choque mientras intercambiaban golpes que habrían destrozado a seres menores. Al final, Sanguinius levantó al aturdido Perturabo en alto, y lo dejó caer sobre su rodilla, partiéndole la espalda. Entonces Sanguinius alzó el vuelo, cargando a su moribundo hermano por los aires, y absorbió toda su sangre. Mientras los defensores empujaban de nuevo la Última Puerta cerrándola, Sanguinius lanzó con desprecio el cadáver de vuelta a los destrozados Guerreros de Hierro.

Al final, la Última Puerta no volvió a ser asaltada de nuevo, y en un día Dorn penetró los muros de adamantium de la sala del trono. Lo que encontró, sin embargo, lo enfureció completamente. El Emperador hacía mucho que se había ido, sacado de allí por los Amos de la Noche al principio del Asedio. Mientras el Caos había centrado su atención en la sala del trono, el Emperador había usado ese tiempo para organizar la resistencia por toda Terra. La mínima fuerza de Custodes que había quedado atrás para mantener el engaño soportó el peso de la ira de Dorn.

A pesar de los constantes argumentos de Horus para que el Emperador abandonase Terra, Él se negó de plano. Había pasado toda su larga vida batallando por unificar Terra y la Humanidad, y había luchado al frente de la Gran Cruzada. No sería sacado de Su propio planeta. Además, tenía un plan. En el tiempo que había pasado desde Su rescate por los Amos de la Noche, había estado trabajando en ello, y justo después de la muerte de Perturabo, el Emperador terminó sus modificaciones y vinculó una parte de su conciencia con el Astronomicón. En un instante, la influencia disforme se debilitó a nivel planetario, y legiones enteras de Demonios menores fueron expulsadas del mundo material.

La rebelión estaba herida, pero no terminada. Entonces, cuando ya se había perdido toda esperanza, llegaron los Cicatrices Blancas. Creídos perdidos, sus naves llenaron los canales de comunicación con armonías discordantes y perturbadoras antes de descender en picado hacia el disputado espaciopuerto de la Puerta del León. Asesinaron a los defensores imperiales, y sin tan siquiera fortificar sus posiciones, los corrompidos Cicatrices Blancas se montaron en sus vehículos y se dispersaron a gran velocidad por todo el planeta para cazar a la aterrorizada población civil.

Con otra Legión fresca del lado de los Traidores, y las flotas de los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales sólo a unos días de distancia, el Emperador no tenía más opción que cortar la Herejía en su origen. Él y Sus mejores tropas se prepararon para abordar la Phalanx y destruir al Architraidor, Dorn, en su propia nave.

La Phalanx

Tan pronto como el Emperador anunció Su decisión de abordar la Phalanx, Curze apareció de las sombras y ofreció sus servicios. Se sabía que el Primarca de los Amos de la Noche recibía visiones proféticas, a menudo de los peores destinos posibles, e incluso al Emperador rara vez revelaba lo que veía. Se decía que estas pesadillas no eran inevitables, y que Curze estaba constantemente atormentado por asegurarse de que los peores excesos de sus visiones nunca llegaran a cumplirse.

Antes de que se le pudieran preguntar más detalles sobre su plan, Curze se había ido. Sin embargo, tal y como prometió, a la hora acordada los sensores registraron una explosión interna a bordo de la Phalanx y los escudos que impedían la teleportación parpadearon y murieron. El Emperador, flanqueado por sus Custodes, y Horus acompañado de su Mournival de Capitanes, se teleportaron al interior de la nave, pero fueron dispersados por las vastas cubiertas de mando mediante siniestros hechizos. Atraídos por la presencia psíquica del Emperador, los leales se abrieron camino de vuelta hacia su líder.

Horus alcanzó al Emperador justo en la puerta del Sanctus personal de Dorn, donde hallaron a los guardias del Primarca vestidos con Armadura de Exterminador muertos, y las puertas blindadas ya abiertas. Un gemido de angustia indecible resonó desde el interior la cámara. La pareja se aventuró adentro y encontró la sala hecha un desastre. Bellos tapices habían sido arrancados de las paredes, y Dorn estaba machacando los complejos mecanismos de su Guantelete del Dolor con el asta rota de adamantium de su estandarte personal, que le había sido otorgado por el propio Emperador. Horus y el Emperador avanzaron, preparados para matar, pero Horus reconoció la mirada en los ojos de su hermano de su época inmediatamente posterior a su posesión en Davin, e hizo retroceder a su padre urgentemente.

Dorn farfulló que había sido liberado, que el pulso procedente del Astronomicón le había dado las fuerzas suficientes para expulsar al Demonio. Dijo que había matado a sus corrompidos guardaespaldas y se había retirado al Guantelete del Dolor para expiar sus pecados. Empalizando con Dorn, Horus dejó sus armas y se adelantó, con los brazos abiertos en señal de amistad, para abrazar a su hermano retornado. Más cauteloso que su hijo, el Emperador se quedó atrás, y como si le arrastrara una necesidad inexplicable, apartó con el pie un tapiz caído para revelar el maltratado cadáver de Konrad Curze.

Con su engaño revelado, Dorn alzó el asta rota del estandarte y la hundió profundamente en el pecho de Horus. El Señor de la Guerra murió, sin llegar a darse cuenta de que había sido traicionado una segunda vez. Empujado a la acción, el Emperador se lanzó a por Dorn. La sala había visto las muertes de dos de sus hijos, y Él endureció Su corazón para causar una tercera. Dorn, no obstante, había recibido todos los dones de los Poderes Ruinosos, y era un rival peligroso hasta para el Señor de la Humanidad. Los dos lucharon durante lo que parecieron siglos, pero cuando el Mournival, dirigido por el Capitán Ezekyle Abaddon, alcanzó el devastado lugar de la batalla, halló a los dos destrozados, quemados y heridos más allá de toda salvación posible.

Se había dado fin a la Herejía de Dorn, pero al hacerlo el Emperador había entregado su vida mortal. Todo lo que quedaba era un eco de Su espíritu que había sido vinculado al Astronomicón. Este rogó a Abaddon que recuperase los cuerpos del Emperador y Sus hijos leales, y que reuniese su cuerpo físico con lo que quedaba de Su alma inmortal. Se abrieron camino hasta salir de la nave con fría furia, y después de esto la Phalanx, comandada por Sigismund, permaneció en órbita el tiempo mínimo para recoger a los Puños Imperiales que aún quedaban en la superficie. La coalición de traidores se fracturó, y finalmente se dispersó, con los Ángeles Sangrientos, los Salamandras y los Cicatrices Blancas tomando el mando de todas las naves que pudieron para escapar. La flota de los Ángeles Oscuros cambió su rumbo, y hasta los berserkers ansiosos de sangre de los Lobos Espaciales titubearon, antes de empezar a luchar entre ellos.

El Emperador fue llevado al Astronomicón, donde su carne destrozada y sin vida fue integrada en la maquinaria psíquica del faro, y alimentada y nutrida con mil almas al día para mantener Su flaqueante fuerza vital.

La Larga Guerra para expulsar a los Traidores del Imperio pudo entonces dar comienzo.

La Amarga Cosecha: Desde el fin de la Herejía al M41


“Horus era débil. Horus era un idiota. Detuvo su mano y permitió que el Architraidor destrozase al Emperador. Si hubiese sobrevivido, yo mismo le habría ejecutado.
“Nosotros ya no somos los Hijos de Horus. Tampoco somos los Lobos Lunares. Eso es el pasado, nosotros somos el futuro, y debemos hacer una cruzada para recuperar lo que fue perdido, y para destruir a los traidores. De este día en adelante, nosotros somos los Templarios Negros.”


 
Señor de la Legión Abaddon, Primer Alto Señor de Terra.

La Herejía había sido impedida, pero entre las muchas bajas sufridas se encontraba el Destino Manifiesto del Imperio de dominar la Galaxia. La visión del Emperador de una Gran Cruzada no era ya más que un recuerdo, y aunque las ocho Legiones Traidoras habían fracasado en tomar Terra, no habían sido ni mucho menos derrotadas: el reino secesionista de Guilliman del Segmentum Ultramar era sólo el territorio más grande y organizado de los rebeldes.

Con el Emperador flotando como un fantasma en la máquina, y el Señor de la Guerra y la mayoría de Primarcas Leales muertos, fue Abaddon quien dio un paso al frente y se convirtió en el líder de facto del Imperio. Odiando a su Primarca por no proteger al Emperador, primero reorganizó, y después renombró su Legión para marcar su rechazo hacia su pasado, y su futuro como cruzados. Así nacieron los Templarios Negros, y tal y como su Señor de la Guerra había hecho antes que él, Abaddon demostró ser extremadamente hábil manipulando las distintas partes del desgarrado Imperio para hacerlas volver a una cierta apariencia de orden.

Aceptando la debilidad numérica de las Legiones Astartes en ese momento, y el vasto número de amenazas y enemigos a los que se habían de enfrentar, Abaddon convirtió a los Templarios Negros en el núcleo de un ejército aplastante formado por tantas Legiones como fue posible. La idea era evitar que las Legiones se quedasen aisladas, tanto para que no fueran destruidas una por una, como para que se vigilasen unas a otras y evitasen la aparición de nuevos seguidores de los Poderes Ruinosos entre sus filas. Inicialmente hubo resistencia contra un enfoque tan cauteloso, especialmente en aquellas Legiones cuyos Primarcas seguían vivos. Sin embargo, el trágico destino de la aislada Guardia del Cuervo, y las terribles bajas sufridas por los Guerreros de Hierro intentando expulsar a los Puños Imperiales de sus mundos de la Jaula de Hierro reforzaron la sabiduría de la propuesta de Abaddon.

Pronto pudo ganarse la lealtad de los Primarcas supervivientes, y jugó con sus preferencias y prejuicios personales. Por ejemplo, Mortarion aportaría tropas en un ataque destinado a expulsar a los Lobos Espaciales de Fenris propuesto por Magnus, entendiendo que habría una reciprocidad por su parte cuando se organizase un ataque xenocida contra un Mundo Astronave Eldar. Para Fulgrim y los Hijos del Emperador, un ataque contra Guilliman en el interior del Segmentum Ultramar en venganza por Istvaan fue el premio, y Lorgar fue apaciguado con el liderazgo de la recién formada Eclesiarquía y con apoyos para las Guerras de Fe de su Legión. De forma dolorosamente lenta, pero segura, la marea cambió y las fronteras del espacio controlado por el Imperio volvieron a retroceder una vez más.

En el transcurso de una larga vida, Abaddon vio su paciencia recompensada. Las restantes Legiones Leales fueron reconstruidas y agrandadas, y las Legiones Traidoras fueron expulsadas de sus mundos natales y enclaves hacia la enorme fisura disforme que pasó a ser conocida como el Ojo del Terror. Él murió como vivió: liderando a las fuerzas imperiales desde el frente. En el mundo de Uralan, a la sombra de una torre monumental, Abaddon fue derribado por una criatura de piel dorada armada con una enorme espada demoníaca. El primer Alto Señor de Terra había muerto, pero su filosofía seguiría viviendo.

Tras la Herejía, los Puños Imperiales fueron mirados con amargura por el resto de Legiones Traidoras. Si hubieran ganado, el Imperio se hubiera visto forzado a aceptar a las Legiones Traidoras como a los heroicos libertadores que sabían que eran, pero el fracaso de Dorn, y su aparente debilidad, habían destruido la rebelión. Ahora serían condenados para siempre como parias. Peor aún, las secuelas de las posesiones demoníacas en masa y las brutales carnicerías del Asedio de Terra habían reducido a los Puños Imperiales a una sombra de la Legión que una vez fueron. El heredero del manto de Dorn fue Sigismund, quien, para evitar asociaciones con lo odiado “imperial”, renombró a los Puños como la Legión Negra.

Tal era el rencor contra la Legión, que Sigismund no podía esperar pedir la lealtad de los demás Primarcas Traidores, y ni siquiera la de todas sus tropas. Alexis Polux dirigió a muchos de los Marines poseídos en busca de su propio destino, y estos carniceros ensangrentados mostraron hasta a los Lobos Espaciales el verdadero significado del salvajismo. Otro grupo despreció la forma en que Sigismund había dado la espalda a su Primarca. Orgullosa y desafiantemente se bautizaron a sí mismos los Vástagos de Dorn, y se ganaron una reputación por seleccionar una Gran Compañía, Leal o Traidora, y no descansar hasta haberla aniquilado hasta el último Marine.

El Imperio fue expulsando lentamente a las Legiones Traidoras de sus enclaves tradicionales, y la mayoría estableció nuevas bases dentro y alrededor del Ojo del Terror. Todas parecían empujadas a atacar periódicamente desde sus Mundos Demoníacos por saqueo, placer o necesidad. Las enfermedades que afligían a Sanguinius y sus cadavéricos Ángeles Sangrientos empeoraron con el paso de los siglos, y se vieron obligados a atacar cada vez más lejos en busca de la sangre fresca y los órganos de repuesto que tan desesperadamente necesitaban. Los hermanos más afectados enloquecieron cuando el aumento de las toxinas pudrió sus cerebros más allá de toda posibilidad de cura. Estos desgraciados a menudo son agrupados y conducidos como ganado contra el enemigo. Aunque son poco más que bestias, su vitalidad potenciada por el Caos, su fuerza maníaca y su incapacidad de sentir dolor los convierten en rivales incluso para los Astartes más veteranos.

Aunque su mundo natal de Caliban fue reducido a un campo de asteroides, Luther y sus Ángeles Oscuros han mantenido tercamente una fuerte presencia en el sistema, aunque también se les ha visto aparecer de la nada y destruir objetivos por toda la Galaxia. La razón de estos ataques ha sido muy debatida por los estrategas del Imperio durante más de diez milenios, con teorías que van desde la locura institucionalizada a una búsqueda, o intento de destrucción, de algo o alguien…

Las intenciones de otras Legiones Traidoras, como los Cicatrices Blancas o los Lobos Espaciales, están mucho más claras. Los Cicatrices Blancas ahora sólo viven por la emoción de la velocidad, las sensaciones, y la batalla, mientras que los Lobos Espaciales se han introducido de todo corazón en el culto a Khorne. La desaparición de Leman Russ durante la Purga de Fenris provocó que la Legión se dividiese en partidas de guerra, cada una de las cuales compite con el resto por ser la más brutal y sedienta de sangre en honor a su dios. Las atenciones de los Lobos Espaciales no van mucho más allá de la matanza, y apenas le dan importancia a la fabricación de armas o armaduras. En vez de eso, los Lobos han decidido saquear esas cosas de los enemigos muertos, de tal forma que sirven tanto de trofeos y muestras de su habilidad en combate, como de piezas de repuesto para las partes de su equipo inevitablemente dañadas en combate.

La nihilista desilusión de Vulkan con lo que él veía como la hipocresía del Imperio se extendió a lo largo de los siglos hasta que todos sus hijos la compartieron. Él y su Legión llegaron a despreciar los caprichosos excesos de los Dioses del Caos y sus sirvientes, e hicieron la guerra tanto al Imperio como a los demás Traidores. Su fallida Quema de Skalathrax sólo pudo ser evitada por una acción conjunta de los recién reconstruidos Hijos del Emperador y los Devoradores de Mundos, y este temprano éxito cimentó los lazos de hermandad entre ellos. Los estudiosos imperiales han propuesto que los Salamandras se han alineado formalmente con un aspecto de la Disformidad al que ellos llaman “Malal”, aunque lo que esto implica en la práctica no está claro. Lo que sí es seguro es que los Salamandras siguen siendo un enemigo impredecible y peligroso.

Las acciones de los Manos de Hierro son, si cabe, aún más extrañas. Aparte de en Istvaan, nunca se ha visto a la Legión combatir junto a las fuerzas del Caos, y comúnmente se cree que Manus sólo luchó allí para favorecer sus propios planes de atacar Marte. Su objetivo allí sigue siendo un misterio, pues ignoraron almacenes de arqueotecnología sin precio para, en su lugar, excavar en busca de algo bajo el Laberinto Noctis. Tras abandonar Marte, los Manos de Hierro se desvanecieron, y se los creyó perdidos para la Historia, apareciendo sólo una o dos veces por milenio. Una colección de avistamientos confirmados, normalmente en ataques contra excavaciones arqueológicas en mundos muertos, muestran una progresiva mecanización del cuerpo, reemplazando la carne con metal. Algunos Manos de Hierro, los llamados Rúbricas de Paullian, parecen deleitarse en la mecanización total.

Los Manos de Hierro sólo se revelaron por completo durante la Guerra Gótica, cuando la Legión asaltó y secuestró varias de las arcanas Fortalezas Negras que habían defendido anteriormente el Sector. Un ser que afirmaba ser el propio Ferrus Manus dirigió el exitoso asalto contra la Fortaleza Negra II, pero si de verdad era Manus, el mítico metal líquido que cubría sus manos parecía haber envuelto todo su cuerpo. El Mechanicus nunca ha sido capaz de decir qué fue lo que los Manos de Hierro extrajeron de debajo de las rojas arenas de Marte, pero a medida que la frecuencia de los ataques de la Legión aumenta, así también lo hace la presión en busca de una explicación adecuada.

En el Este Galáctico, Guilliman aprovechó la anarquía de la Herejía para reforzar aún más su territorio. A pesar de las agotadoras Cruzadas y de las acciones subversivas de la Legión Alfa, el enorme tamaño, la eficiencia militar y la capacidad organizativa de los Ultramarines y sus “Capítulos Sucesores” autónomos implican que cualquier pérdida es rápidamente recuperada para el Segmentum Ultramar. Esto ha cambiado en los últimos siglos, pues las guerras en sus fronteras con razas xenos han minado su prodigiosa fuerza militar. La llegada de la raza enjambre extragaláctica de los “Tiránidos” fue proclamada por la Eclesiarquía como un juicio del Emperador, aunque esta línea de discurso ha sido abandonada recientemente, pues las Flotas Enjambre han empezado a atacar en dirección al corazón del Segmentum Solar.

Por peligrosas que puedan ser las incursiones Tiránidas, son sólo una de las crecientes amenazas para el Imperio. Tras diez mil años, las Legiones Traidoras parecen al fin estar dejando a un lado sus diferencias. Que el Caos siguiese finalmente la táctica dictada por Abaddon de una Cruzada en masa sería una terrible ironía. Cuáles podrían ser sus intenciones es un misterio, pero si los Poderes Ruinosos fuesen a intentar un segundo asalto contra la Sagrada Terra, el derramamiento de sangre sería apocalíptico.

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