Destinatario: Lord Ansellius Neumann. Insigne Magistrado de Terra. Gran Canciller del Alto Tribunal de Cypra Mundi.
Fecha: 0-221.850.M41.
Vía Telepática: Clasificada.
Referencia: Ordo Malleus/454228291/HV.
Pensamiento del día: “La mediocridad oculta es una manifestación de culpa”.
Saludos. He aquí el informe al que nos hemos referido últimamente. Su contenido es estrictamente confidencial y los pocos que han tenido ocasión de custodiarlo han sido purgados a fin de evitar filtraciones indeseadas. Tenéis en vuestras manos una transcripción del fono-registro 4542-Z-58291/GV emitido por vía irregular desde el mundo prisión Perthia y, pese a su ridículo contenido, lo creo de la suficiente importancia como para entregároslo en su integridad y confiar en vuestra sabiduría. Estoy convencido de que nuestro criterio coincidirá al respecto y recibirá el debido tratamiento de Vuestra Dignidad.
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Comienzo estas líneas con más desprecio hacia mi propia vida que esperanza de que sirvan a otros. Pero, efectivamente, sería un grave error por parte de los que vengan detrás de mí si mis palabras no fueran consideradas como premonitorias, pues es un hecho que la sombra se ha apoderado del Sector Complutum, y avanza corrompiéndolo todo a su paso.
Mi nombre es Cailón. Cailón Galius. En otro tiempo alférez del destacamento Atrox, asignado como escolta personal del Lord Inquisidor Diego Jiménez de Cisneros, un líder formado y ecuánime, cuyo objetivo había sido instaurar la “Lumen Scholastica” en el Sector Complutum a través de sus principios elementales de "escribe, compila, y estudia", enfatizando en el conocimiento de los grimorios y tratados de demonología. Así es hasta donde sé, pues no tuve la fortuna de ser uno de sus protegidos, pero bajo su servicio pude ser testigo de muchas de sus enseñanzas y, quien sabe, quizá le habría sido más útil como escriba que como guardaespaldas (solo el Emperador lo sabe).
Por ello, el mensaje de mis palabras no puede ser entendido sin antes advertir que, a diferencia de otros inquisidores que muestran rápidamente una aversión hacia una raza o determinados individuos, Lord Diego Jiménez de Cisneros había estudiado ávidamente todo tipo de culturas y credos desde su juventud. Se había familiarizado especialmente con las razas alienígenas eldar, tau, y tiránidos, y aunque por un tiempo fue muy solicitado por el Ordo Xenos, había decidido prestar sus servicios para el Ordo Malleus, como cazador de demonios, al acecho de cualquier grieta que pudiera producirse en la disformidad.
Cisneros –malvado sea el menoscabo de su nombre- era ante todo un gran erudito en demonología y formas afines, y durante años se había dedicado a tipificarlos en los viejos grimorios, y a enseñar en la "Lumen Scholastica", su Academia, las formas de detener al Caos y otras aberraciones. En la batalla no había enemigo que no sintiera pavor al contemplar su enorme silueta difuminada entre el humo de su incensario. Además, siendo un hombre de gran corpulencia y estatura, su gigantesca hacha -a la que él llamaba cariñosamente "Dulzura"- se había convertido en la ejecutora de muchos demonios. Así, sus gestas se comentaban con cierta sorna cuando se hablaba de "la dulzura de Cisneros", refiriéndose a la sentencia de muerte que portaba entre las manos.
Pero desvarío, y me han de perdonar quienes me escuchen. Quizá sea el escaso precio que piden los restos de este veterano, antes un hombre…
En realidad el Sector Complutum se había ganado una temible reputación bajo el mando de mi Señor, cuando llegó la orden de Terra encomiándole a dirigir la gran alianza que se había formado para detener el avance de Smarlack, un Señor del Caos sinónimo de la mayor abominación. Sus huestes avanzaban imparables, amenazando no solo los mundos subordinados a la Luz del Emperador –Grande y Temido sea su nombre- sino también el mundo eldar Enaim-Blathu, en órbita sobre Kalidón.
A la llamada acudieron no solo los eldar de Enaim-Blathu al mando de Gaedhil (¡bendito Emperador, cómo olvidar el nombre de ese malvado!), así como los capítulos de los Angeles Sangrientos y los Lobos Espaciales. Sí, el martillo del Emperador se había convertido en un formidable ejército, y en el centro de éste había sido destacado mi señor, Lord Cisneros.
No hubo clemencia para nuestros enemigos. Los caballeros grises penetraron entre sus filas como una reja de arado se hunde en la tierra, y sus bólteres llevaron la muerte a los marines traidores mucho antes de que lo hicieran sus aceros.
Sepan quienes me escuchan que cuanto sé es mucho y no de oídas, puesto que entonces viajaba en el Land Raider de mando, acompañando al Lord Inquisidor y participando de su sabiduría en la batalla.
Así pues, el centro de las hordas de Smarlack se hundió bajo nuestra presión, y por un momento pensamos haber roto el espinazo a aquella gran bestia. Los eldar sostenían el ala derecha junto con los ángeles sangrientos, aunque se ocultaban con discreción tras las filas de los marines y preferían un papel de apoyo, abatiendo enemigos lejanos gracias a sus precisas armas. En el ala izquierda estaban los aguerridos Lobos Espaciales con cierto apoyo de los eldar de Iyanden, presentes estos últimos con grandes máquinas de guerra pero muy escasas tropas.
Y he aquí que cometimos alguna falta, algo por lo que desmerecimos el favor del Emperador. O quizá lo tuviéramos pero los malignos dioses del Caos lo superaran –nadie me malinterprete como hereje-. O quizá es que nuestra arrogancia fuera mayor que nuestra Fe. Fuese lo que fuese, la realidad no tardó en hacerse evidente.
Los Lobos Espaciales chocaron contra un muro de tropas enemigas que no retrocedían ni un palmo y, sin embargo, batían las líneas de los marines con fuego pesado, minando cada vez más la moral de los hijos de Russ. Los Angeles Sangrientos también se mantenían, pero cada vez más a duras penas, llegando a un cuerpo a cuerpo que no parecía decantarse por ninguno de los dos bandos. Por todo ello, la clave de la batalla parecía estar en Gaedhil y en un avance táctico de sus tropas. Pero aquel avance no se producía. Inexplicablemente, los eldar permanecían enteros pero rezagados, frescos pero inoperantes…
Una gran explosión levantó nuestro Land Raider en peso. Los cañones del lado derecho habían desaparecido, y los del izquierdo habían quedado momentáneamente inutilizados. Miré por la escotilla trasera y pude ver los restos de un gigantesco Scorpion de Iyanden. Con tan solo un disparo del enemigo, la máquina de guerra que nos proporcionaba fuego de apoyo en nuestro avance había quedado convertida en restos carbonizados y humeantes. Pero en realidad eso fue tan solo el preludio del mayor de los desastres… Y ese desastre nos llevaría a la mayor de las infamias, como ahora os haré saber si tenéis la suficiente paciencia.
Súbitamente, apareció ante nuestros ojos, justo frente a los valerosos caballeros grises, un sinfín de marines del Caos y sus aberraciones demoníacas. Tal fue mi asombro que por un momento me encomendé a los antiguos dioses (eso me valió una mirada de desaprobación de Lord Cisneros). Uno de sus segundos al mando, Khoubal Narkas, pidió inmediatamente ayuda a nuestros aliados pero su petición fue en vano: el avance de los Lobos Espaciales había sido primeramente detenido, y luego batidos con fuego pesado hasta provocar su huida. Sí, he dicho bien, y lo juraré incluso ya en mi tumba: huyeron presa del pánico tras haber recibido terribles bajas y sin haber tenido ocasión de llegar al cuerpo a cuerpo. Por su parte, los ángeles sangrientos habían quedado rodeados por el enemigo y aislados del resto del ejército. Se habían trabado en un feroz cuerpo a cuerpo pero sin otra esperanza que la de morir luchando en el nombre de su Primarca.
La voz que sonó en el habitáculo de nuestro Land Raider era fría, y si hubiera tenido un olor habría sido hedionda: “Lord Gaedhil al Inquisidor Cisneros…” -no me pasó desapercibido que usara el apelativo “Lord” para sí y sin embargo lo omitiera para mi señor- “Inquisidor Cisneros, responded…”. Grande había sido la paciencia de Lord Cisneros para con ese petulante, pero en aquel momento le habló con toda su autoridad ordenando el avance y desvío de su fuego de apoyo en favor del centro de la batalla.
“Si los eldar de Enaim-Blathu no nos auxilian con su fuego pesado el frente se hundirá, pero esta vez hacia nosotros, y si se rompe, el enemigo se cerrará sobre cada uno de los flancos. ¡La batalla estará perdida…!” advirtió mi señor, pero fue inmediatamente interrumpido por aquel xenomorfo indigno. “Inquisidor Cisneros, hemos decidido que prescindiremos de vos, mantendremos nuestras posiciones y ganaremos las del enemigo por vuestro sacrificio”, anunció. Khoubal Narkas golpeó el interfono vociferando “¿¡es ahora cuando Gaedhil se arroga una posición de mando que no tiene, acaso ha decidido por sí y por los demás capítulos de marines!? ¡maldita sea vuestra sangre aun no derramada; debéis auxiliarnos en el centro o de otro modo estaremos condenados!”, pero en realidad volvió a ser interrumpido por la misma voz, el mismo tono imperturbable: “Inquisidor Cisneros, hemos decidido que prescindiremos de vos…”
No pudimos replicar. Una nueva explosión sacudió el Land Raider y lo partió en dos. Lord Cisneros logró salir a duras penas, y con él su asistente Khoubal Narkas junto con dos de nosotros, sus guardaespaldas. Los demás quedaron atrapados entre los restos en llamas sufriendo una muerte ignominiosa. Solo entonces fui consciente de nuestra situación. Nuestro señor estaba herido, y a duras penas se sostenía en pie. Narkas había sufrido graves quemaduras en la cabeza y su rostro estaba tan desfigurado que tan solo pude reconocerle por sus hombreras, ya que el pectoral se había quebrado y los despojos estaban cubiertos con su propia sangre, que manaba sin cesar.
Narkas se adelantó aprestándose para la lucha, pero fue detenido por Lord Cisneros “Lo que ha de pasar ahora no puede tenerte a ti como responsable, Narkas, pero sí puedes continuar con mi trabajo, con todo lo que se queda a medio hacer”. Y todos nos apercibimos de que su mirada no se posó sobre el Caos amenazante, sino sobre el ala derecha, condenada por los eldar. “Mi muerte no será el fin, querido discípulo. Te ruego que acabes lo que yo no he podido…” añadió. Y se dirigió hacia Smarlack blandiendo su hacha “Dulzura”.
Smarlack era un Señor tan deformado como grande en tamaño. Portaba una gigantesca garra en una mano y una espada brillante en la otra –dicen que regalo de un misterioso dios del Caos, y que en ella vivía un demonio siempre sediento de sangre-. Dulzura cortó el aire con un silbido de gozo, buscando la cabeza de Smarlack, pero el caótico la bloqueó con su garra y saltaron chispas de un azul incandescente (es seguro que debía gozar de alguna maligna protección porque de otro modo su acero no habría podido soportar el ímpetu del hacha). Se deslizó nuevamente en un giro para atacar su abominable torso y esta vez logró hundirse entre sus carnes.
Creedme cuando os digo que he visto a mi señor Cisneros blandir su hacha y cortar en dos a un príncipe demonio, y convertir esta arma en una criatura de leyenda, con vida propia, capaz de romper el plastiacero o el mismo adamantio. Por eso quedamos estupefactos al ver que Smarlack no caía por sus heridas, y que ni tan siquiera lo manifestaba en su rostro. Con el hacha aun hundida en el pecho alzó su espada y la abatió sobre Dulzura. El impacto fue terrible y la onda expansiva derribó a cuantos estábamos cercanos, dejando en el aire un olor pestilente, irreconocible, no de este mundo ni de esta dimensión. Cuando volví en mí -y no porque tardara en hacerlo- pude ver los restos del hacha de Lord Cisneros esparcidos por el suelo, mancillada, muerta como cualquier otra criatura. Y el asombro de mi señor le llevó a quedar indefenso ante un segundo ataque. La garra de Smarlack entró por el costado derecho del inquisidor, provocándole un vómito de sangre. Y seguidamente descargó un tajo con la espada demonio, que cortó el hombro derecho y seccionó su cuerpo en diagonal hasta salir por debajo de la axila contraria.
Y el cuerpo de Lord Diego Jiménez de Cisneros cayó muerto.
Smarlack se hizo hueco entre los restos de mi señor y avanzó hacia nosotros, aun paralizados por la sorpresa. Khoubal Narkas vociferaba con sus rodillas hincadas en el suelo, clamando venganza, y tomando puñados de tierra mientras los esparcía entre aspavientos.
“Estás solo, hombrecillo. Tus aliados te han abandonado, tu señor ha muerto, tu Emperador te ha negado su favor. Estás solo, hombrecillo. Solo en el campo de batalla, y solo en tu efímera existencia”. Narkas giró su rostro tratando de encontrar alguna silueta en el campo de batalla -ni siquiera posó su vista sobre mí- pero todo lo que pudo encontrar fue las columnas de humo, polvo, y llamas, que se levantaban por doquier. Donde antes estaban los eldar de Enaim-Blathu ahora solo quedaban vehículos abandonados y los restos masacrados de los Angeles Sangrientos. Los eldar se habían marchado.
Sepan los que me escuchan que fue en este momento de desesperanza cuando su voluntad se debilitó. Ya no era un hombre altivo. Sus gritos de ira habían dado paso a sollozos de dolor e impotencia ante el cuerpo inerte de su mentor. Y cuando fue consciente de la verdad en boca de su enemigo, fue capaz de mirarle a la cara.
“Estás solo, hombrecillo”, repitió el marine. “Tu vida y tu futuro han sido quebrados. Y no harás nada de lo que te ha encomendado tu señor antes de morir. No harás nada de eso… salvo que decidas hacerlo desde el otro lado…” su voz resultó seductora e insultante a la vez, corrupta, sugerente. Herética.
Y sucedió lo que de ningún modo podríamos haber imaginado: Narkas bajó la mirada por un instante para luego volver a sostenérsela. Y preguntó “¿por qué debería cambiar de lado, qué lograría si…?”. No llegó a acabar su pregunta final. Fue interrumpido por el propio Smarlack preguntando a su vez: “¿gloria, camaradería, ayuda para todos tus propósitos, un poder inimaginable, la posibilidad de aplastar a tus enemigos, beber de la copa de la venganza? ¿no te parece todo ello suficiente para endulzar tu próxima vida, por muy amarga que te vaya a resultar?”.
Khoubal Narkas guardó silencio. Hasta yo me di cuenta de la brecha que se había abierto en su corazón. Smarlack emitió un gruñido de complacencia, se adelantó sonriente con su espada demonio, trazó un molinete en el aire, y la clavó en el suelo a apenas unos centímetros de su oponente. “Tómala. Ella es tu contrato. Empúñala y lo habrás firmado. Firma, y ella misma será tu recompensa”.
“No soy un necio -replicó Narkas- sé que los demonios escogen a sus portadores, y suelen devorar a los incautos que tratan de apoderarse de sus artefactos”.
“Este no lo hará -atajó Smarlack-. Este procede de un dios tan olvidado que ni siquiera se pronuncia su nombre en el Ojo del Terror. Mi tiempo a su servicio ha acabado, pero a ti te servirá bien si le eres leal”.
Narkas asió la empuñadura tímidamente, pero no consiguió levantar la gigantesca espada. “¡No se mueve; ni tengo su favor ni parece que pueda dominar su voluntad!”, se quejó.
“¿De veras crees que hay algún secreto en su favor?...” la voz de Smarlack resultó cavernosa entonces, pero su tono era incluso acusador. “¡Yo creo que su misterio se debe más a tu escasa fe antes que a tu pericia!. ¡Qué esperas de él con tan grande falta de devoción!... Recuerda lo dicho, humano, esta espada y su morador son a la vez contrato y recompensa. ¡Si no muestras la suficiente devoción no tendrás ninguna de las dos cosas!”.
Narkas acarició la hoja labrada con bellos y siniestros relieves. Extrañas marcas se hundían en aquel metal irreconocible. Era un arma de aspecto feroz, más grande que cualquier otra que hubiera visto antes.
“La fe... Ah, la fe...” susurró mientras la contemplaba absorto.
Entonces, sin desviar su mirada fija en la hoja, se palpó el rostro deformado, devorado por el fuego. Solo entonces pude contemplar lo irreal en que se había transformado. De su armadura quebrada dejó de manar la sangre, y por un instante pareció que una extraña aura lo envolvía. Suavemente, como con una caricia, dejó caer uno de sus dedos sobre el frío metal y cerró los ojos. No. Sencillamente dejó caer sus párpados por el peso de la extrañeza.
“Débiles incrédulos… No. Yo creo en ti, mi nuevo señor”, volvió a susurrar.
Y entonces el acero tocado por el dedo comenzó a tornarse incandescente, aunque nadie sabría decir si se trataba de un efecto visual o efectivamente ardía, porque Narkas no parecía inmutarse. Su índice se hundió levemente en el metal mientras trazaba extraños signos en su superficie. Al paso de su dedo quedaba una herida, un surco que refulgía con anaranjada luz crepitante, como si proviniese del interior de la criatura.
Lentamente, fue describiendo uno tras otro indescifrables signos, como si otra inteligencia se los estuviera dictando.
Nosotros dos, los últimos de la escolta de Cisneros, lo mirábamos atónitos. Era la primera vez que veíamos tales prodigios y ni siquiera sabíamos que pudieran materializarse. Estábamos paralizados tanto por la visión como por un bramido de fondo que parecía venir de ninguna parte, como si el espíritu del demonio aceptara su nuevo servidor, como si se doblegara al encantamiento de las runas y le aceptara a la vez como dueño. Levantó suavemente la mano para abandonar el metal y tomar la espada por la empuñadura.
“¿Cómo sabes que has firmado el contrato?”, rugió Smarlack.
Narkas se fijó en mí. Hizo un ademán con la cabeza para que me acercara a él. Le obedecí, aun cuando no fuese mi superior, y dejé solo a mi compañero, el teniente Angus Valerius, a apenas un metro de distancia.
Entonces Khoubal Narkas abandonó su posición arrodillada y se levantó súbitamente a la par que arrancó la espada del suelo trazando con ella un semicírculo alto. El demonio profirió un aullido terrible y cayó a una velocidad fulgurante sobre Angus. Estoy convencido de que el teniente jamás supo lo que sucedió. Su sangre nos bañó a todos por un instante antes de convertirse en un humo rojizo y maloliente.
“El contrato está firmado, marine -susurró Narkas- ¡ya no hay duda!...”
Smarlack sonrió primero, luego prorrumpió en sonoras carcajadas, y sin hacer comentario alguno dio media vuelta dando orden a sus hombres para abandonar el campo de batalla.
Solo Khoubal Narkas y yo quedábamos allí. Infamia y desolación.
Los acontecimientos que siguieron pueden ser comprobados por cualquiera: Khoubal Narkas fue reconocido como un héroe, y el haber prevalecido sobre tan terribles enemigos fue considerado por Terra como un acto de Fe en el Emperador y de profunda intuición, por lo que el Ordo Malleus lo elevó al rango de Inquisidor, y más adelante al de Lord, entregándole el Sector Complutum que antes había pertenecido a su mentor. Nada de esto puede explicarse si no fuera porque Lord Narkas ocultó a todos su tenebroso pacto, y porque el maléfico dios detrás de él sabe bien cómo pasar inadvertido. En una ocasión le escuché un nombre… “Malal”, o “Malial”, o algo así, que a buen seguro identificarán mejor quienes me escuchen.
Así pues, Lord Narkas es un Inquisidor correcto a los ojos de la humanidad, de Terra, y del Ordo Malleus, y sin embargo su alma sirve al Caos y a la destrucción de todo lo bueno y lo bello, logrando además que todos quienes les siguen compartan sus mismos criterios. Pareciera que nadie cuestiona sus métodos, ni su crueldad en las batallas que ha librado con posterioridad, ni en las diabólicas criaturas que rugen al otro lado de la puerta de su laboratorio –al cual no les está permitido pasar ni siquiera s sus escoltas-. Pero lo que más me sorprende es su insaciable odio para con los eldar. No lo oculta, aunque sí disimula su enormidad. Me consta que esos xenos y la visión de su mentor partido en dos aun le provocan pesadillas, y cuando se levanta bañado en sudor solo encuentra consuelo encerrándose en su laboratorio. Es entonces que los rugidos de extrañas bestias son remplazados por gritos de infinito dolor (se dice que le son arrancados al mismísimo Gaedhil, capturado y preso en sus mazmorras).
Y su sombra avanza. Una sombra oscura como su perversión oculta, una sombra también oculta para la humanidad, pero una sombra que traerá la desgracia a los fieles al Emperador.
No puedo seguir. No debo. Ya he hablado demasiado y probablemente no pueda repetirlo ante nadie. Hace tiempo que perdí el favor de Lord Narkas y mis días están contados, y por eso ruego a quienes me escuchen para que hagan buen uso de las verdades que me he decidido a propalar.
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Me consta al día de la fecha que el sujeto conocido como Cailón Galius, al servicio de nuestro inestimable amigo Lord Khoubal Narkas, Señor del Sector Complutum y Cerrojo de Abominaciones, ha muerto en circunstancias aun no esclarecidas, sin que ello tenga mayor importancia ni venga a añadir razón a sus declaraciones.
La sarta de calumnias y disparates aquí contenidos es tal que ni siquiera ordenaré una investigación, ni pública ni secreta, y en ningún modo ha menoscabado el afecto que Lord Narkas ha ganado de cada uno de nosotros. Confío en que tengáis a bien destruir dicha grabación, así como cualquier otro informe al respecto, salvaguardando el honor de aquel que tanto bien ha hecho por nuestra causa.
Sea con vos la Gracia de nuestro amado Emperador.
Lord Iulius Annantis.
Muy buen relato, se agradece el tremendo esfurezo que te habrá costado escribirlo dada tu situación actual, espero sinceramente que esto sea un síntoma de mejoría. Un saludo.
ResponderEliminarMuy buenas Miguel!!!!!
EliminarTe agradezco los animos.
Pero el relato no es mio. Es de nuestro colaborador xxxxx aka Khoubal Narkas, el es la mente en la sombra que dirige todo lo relacionado con Apocalipsis y que tan buena acogida ha tenido.
Sale publicado en mi nombre porque xxxxx prefiere no acceder a blogger por su animadversion con la tecnología.
Nos vemos.
Mi enhorabuena, un gran relato :D desde luego es un trasfondo genial para el personaje.
ResponderEliminarAdemás, escrito con mucha destreza y describiendo unas circunstancias que podrían ocurrir perfectamente en la historia de 40K :D me ha encantado. Rafa espero que vaya bien la recuperación y de nuevo , animo campeón!!! :D
Gracias compañero
EliminarIncreible, me encanta.
ResponderEliminarUn relato genial, absolutamente profesional y me ha mantenido enganchado hasta el final
ResponderEliminarSimplemente, excelente!
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